miércoles, 11 de mayo de 2011

Desocupado lector

Cumplo con informar a usted que últimamente todo es herida: la muchacha
es herida, el olor
a su hermosura es herida, las grandes aves negras, la inmediatez
de lo real y lo irreal tramados en el fulgor de un mismo espejo
gemidor es herida, el siete, el tres, todo, cualquiera de estos
números de la danza es
herida, la barca
del encantamiento con Maimónides al timón es herida, aquel
diciembre 20 que me cortaron de mi madre es herida, el sol
es herida, Nuestro Señor
sentado ahí entre los mendigos con esa túnica irreconocible por el cauterio del psicoanálisis es herida, el
Quijote
a secas es herida, el ventarrón
abierto del Golfo contra la roca alta es
herida, serpiente
horadante del Principio, mar
y más mar de un lado a otro, Kierkegaard y
más Kierkegaard, taladro
y por añadidura herida; la
preñez en cuanto preñez en la preciosidad de su copa es
herida, el ocio
del viejo río intacto donde duermen inmóviles los mismos peces
velocísimos es
herida, la Poesía
grabada a fuego en los microsurcos de mi cerebro de niño es herida, el hueco
de 1.67 justo en metros de rey es herida, el éxtasis
de estar aquí hablando solo en lo bellísimo de este pensamiento de
nieve es
herida, la evaporación
de la fecha de mármol con el padre adentro
bajo los claveles es
herida, el carrusel
pintarrajeado que fluye y fluye como otro río de polvo y otras
máscaras
que vi en Pekín colgando en la vieja calle de Cha Ta-lá
cuya identidad comercial de 2.500 años de droga y ataúdes rientes
no se discute, es
herida; la cama en fin
que allí compré, con dos espejos para navegar, es herida,
la
perversión
de la palabra nadie que sopla desde las galaxias es herida, el Mundo
antes y después de los Urales es
herida, la hilera
de líneas sin ocurrencia de esta visión
sin resurrección es herida. Cumplo
entonces con informar a usted que últimamente todo es herida.

A Julio Fermoso.



De Desocupado lector, 1990.

lunes, 21 de marzo de 2011

Nacimiento de la melancolía

Lentamente fui despertando en una luz de conejos,
frente a un tinajero de rostro de piedra y mojada barba de helechos,
seguido por un perro que hacía volar los gallos
y saltar los fuegos fatuos en la noche.

Todo se iniciaba en secreto:
el olor del cacao en los patios crepusculares,
los rojos navíos celestes,
la campana en pescuezo de los asnos,
el hollín en las paredes de la cocina,
la araña en el dibujo sideral de los rincones.

Comenzó mi soledad bajo unos árboles de follaje negro
donde se escondía el crepúsculo con siete gatos blancos.

Alrededor ascendían los girasoles
y detrás de los árboles rojos anidaban las serpientes.
¿Había una cigarra cantando en la penumbra de mis ojos?

Los ramajes de la tarde caían sobre caballos
y una llanura tendía una luz amarilla para las casas de palma.
Había una comarca de nubes donde dormían los tigres.

Todo se iniciaba en secreto:
el sabor del chocolate,
Tío Conejo entre los árboles lunares,
el paso del jinete por la calle de la noche,
el brilllo del murciélago en la sombra.

Lentamente todas las mañanas eran nuevas,
con una ardilla que se esondía en la manga de mi camisa,
con una cometa sobre la colina de las cruces,
con un viento de arena cruzado por un río
bajo la sombra azul de los bambúes.

Yo iniciaba la era de las aves migratorias,
de los horizontes fluviales,
de las oscuridades diurnas en el fondo de los juncos.

¿Qué guardaba el agua en su movimiento de penumbra y miedo?
¿Dónde comenzaba aquel día de naranjo y trueno?

No había límites para las horas,
sino la aparición de alguna mariposa lenta,
de un negro rumor de lluvia en las montañas.

Yo iniciaba la era de los rostros.
Todos se reunían bajo la lluvia y los relámpagos.
Mi padre me sonreía con su pipa entre los dientes.

Mi madre tenía los ojos tristes como si mirara un bosque lejano.

Mis hermanas tenían criznejas y grandes lazos rojos.
Había un anciano de barba blanca que nos hablaba de los animales.

¿Había oído, acaso, el nacimiento de la noche en las guitarras?

Yo iniciaba la era de las puertas.
Había puertas para los hombres y puertas para los caballos,
y puertas para los muertos,
y vi que las hormigas abrían puertas en la tierra,
y que las aves abrían puertas en los árboles,
y que la noche cerraba las puertas de las casas.


  Vicente Gerbasi (1913-1992), Los espacios cálidos (1952).

miércoles, 23 de febrero de 2011

Me defiendo
Antes de devorarle su entraña pensativa
Antes de ofenderlo de gesto y palabra
Antes de derribarlo
Valorad al loco
Su indiscutible propensión a la poesía
Su árbol que le crece por la boca
con raíces enredadas en el cielo.
El nos representa ante el mundo
con su sensibilidad dolorosa como un parto. 

Raúl Gómez Jattin (Cartagena de Indias, 1945-1997)

sábado, 19 de febrero de 2011

ENCOSTAS A FACE

Encostas a face à melancolia e nem sequer
ouves o rouxinol. Ou é a cotovia?
Suportas mal o ar, dividido
entre a fidelidade que deves
à terra de tua mãe e ao quase branco
azul onde a ave se perde.
A música, chamemos-lhe assim,
foi sempre a tua ferida, mas também
foi sobre as dunas a exaltação.
Não ouças o rouxinol. Ou a cotovia.
É dentro de ti
que toda a música é ave.

[Inclinas el rostro sobre la melancolía y ni siquiera
oyes el ruiseñor. ¿O es la alondra?
Apenas puedes soportar el aire dividido
entre la fidelidad que debes
a la tierra de tu madre y al casi blanco
azul donde el ave se pierde.
La música, llamémosla de ese modo,
fue para ti siempre una herida, pero también
fue sobre las dunas la exaltación.
No oigas al ruiseñor. O a la alondra.
Es dentro de ti el lugar
en el que toda la música es ave.]

Eugénio de Andrade, Branco no branco (1984)

miércoles, 16 de febrero de 2011

Regreso




Un instante la silla ha regresado
a su lejano árbol
con sus verdes tatuajes ya secos.

Sus pájaros están dispersos, muertos,
y la manada del rugoso cuero
yace plegada bajo las tachuelas.

Ya no hay más que silencio nivelado
bajo la sombra de un follaje extinto
donde se curte todo su misterio.

Fiel a sus tablas, sólo da reposo
cuando de tarde la hemos recostado
a la pared, ahogando una memoria
de días que crecieron como un árbol
y la vida tronchó por cosa muerta,
claveteada con viejos pensamientos.

Eugenio Montejo, Muerte y memoria (1972)